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ARTE, ÉTICA, MORAL, IDEOLOGÍA

Este año se estrenó una impactante película alemana, La caída, de Oliver Hirschbiegel, que refleja los últimos días del Tercer Reich, y en especial, los últimos días de Adolf Hitler. Algunos se escandalizaron porque se veía al dictador siendo cortés con sus secretarias, o cariñoso con su perra, como si esas imágenes significaran una especie de absolución. Más allá de si esto en verdad es así ¿la ética, la moral, la ideología de una obra artística tienen alguna importancia a la hora de evaluar su calidad como obra de arte? No será la primera vez que se intenta ni la última que falla; veremos qué sale de este intento de responder a esa pregunta. [Publicado originalmente en marzo de 2006 en Televicio Webzine].

UNO

He leído con alguna sorpresa varias críticas sumamente indignadas de La caída. El pecado: Adolf Hitler aparece con rasgos humanos como los citados. Pareciera que la única manera de representar al mayor criminal de la historia fuera como caricaturesco emblema del Mal Absoluto, una especie de Saruman teutónico, antisemita, abstemio y vegetariano. Estas críticas, que de tan bienintencionadas quedan al borde de la parodia involuntaria, traslucen un profundo y peligroso error: si Hitler fuera verdaderamente un monstruo, sería una entidad anómala, tan fuera de lo habitual como cada monstruo. Esto es, Hitler sería un accidente extraordinario en el curso de lahistoria. Nada más tranquilizador, nada más engañoso, nada más peligroso.

Hitler no fue un Drácula: fue algo peor. Lo más terrorífico de esa figura es que en efecto fue un ser humano como cualquiera. El Holocausto está muy lejos de ser una orgía de destrucción llevada a cabo por demonios; es más bien la acción de una implacable maquinaria burocrática integrada por seres tan anodinos como nosotros. La decisión de emplear cámaras de gas en el exterminio de millones de personas no surgió de un aquelarre: fue tomada por funcionarios que la eligieron como la mejor alternativa en términos de ecuación costo / beneficio. Cuando terminó esa reunión, ninguno salió a beber sangre de muchachas vírgenes o adorar a Satán: se fueron a sus casas a jugar con sus hijos. ¿Qué es más siniestro?

En otras palabras, no se requieren más que unas pocas circunstancias históricas, para nada extraordinarias, para que haya otros Auschwitz u otras Guernica esperándonos a la vuelta de la esquina. Y no digo esto con ánimo de escandalizar: nuestra propia generación ya los ha tenido (bien que a otra escala) en Srebrenica, Sarajevo, Ruanda, Nueva York, Bagdad, Guantánamo, Atocha, Londres...

Hay en estos deseos por mantener la demonización de Hitler una resistencia a reconocer que la maldad infinita que desencadenó sus crímenes vive agazapada en nuestra propia naturaleza. Nosotros somos capaces de ese salvajismo que tanto tememos y, como no puede ser de otra manera, tanto nos fascina. Eso es lo que queremos ocultarnos.

En realidad nos tememos a nosotros mismos.

DOS

Hasta aquí Hitler y La caída (1). Nos afanamos por demostrar que la descalificación ideológica que se ha hecho de tal película no es acertada, pero en la introducción de esta nota nos planteábamos si la calificación ideológica en sí tiene algo que ver con la calidad artística de una obra. Demos un paso más.

Muchas grandes obras artísticas tienen un sustrato cuestionable; el antisemitismo de Wagner, el machismo del tango (aquí un excelente - y delicioso - ejemplo), el racismo de Intolerancia o la profunda (y a menudo no percibida) incorrección política de una serie que es casi el paradigma del entretenimiento: Indiana Jones. El doctor Jones mata enemigos (básicamente los odiados nazis) como si estuviera en un videojuego, sin mostrar la menor carga de conciencia (2); en El Templo de la Perdición, los ocupantes británicos de la India son mostrados bajo una luz harto más favorable que los nativos a los que explotan; el Arca de la Alianza queda en custodia de... el gobierno de los Estados Unidos. Etcétera. Otro ejemplo: lean el análisis que hace Daniel Yagolkowski de la distraída lectura pacifista de El día que paralizaron la Tierra.

Buena parte de la aprensión que despertó La caída en algunos espíritus sensibles se debe a cierto paternalismo: el miedo a que se la interprete como verdad histórica y resulte una (supuesta) justificación de las creencias de grupos neonazis. A ello cabe responder dos cosas. La primera: la función del cine no es enseñar historia, sino entretener; para enseñar historia están los libros de historia, los documentales y el sistema educativo (3). La segunda: dicho temor es una confirmación indirecta de la calidad de la película. Si el filme fuera torpe, burdo en su mensaje, nadie se asustaría. Busco un ejemplo inverso: la torpeza con que se formulan las moralejas de las fábulas hace que casi nadie se las tome demasiado en serio.

Quizá la forma de cine que más repugna a la sensibilidad promedio es el cine snuff (4). Por suerte nunca vi una película de tal tipo; sospecho que no me gustaría en lo más mínimo. Pero aún así, y dando la ventaja de un inmejorable desconocimiento del género, planteo como hipótesis la posibilidad de que, alguna vez, alguna de esas obras tuviera algún valor artístico. ¿Cómo deberíamos enfrentar una obra que nos desafiara de una manera semejante? ¿Deberíamos ser capaces de distinguir entre la calificación que nos pudieran merecer sus autores y la evaluación artística del filme?

Tras este ejemplo extremo, arribamos al que creo que es el punto: las acciones de un artista pueden ser ética, moral o ideológicamente cuestionables, y todo artista cabal se hará siempre absolutamente responsable de sus consecuencias. Pero sus obras son inocentes de tales reproches. La obra de arte se juzga en función de una escala de valores en la que la ética, la moral o la ideología importan mucho menos que la solvencia técnica del autor o su capacidad para emocionarnos o cuestionar nuestros supuestos.

Pensemos en esta analogía: un cuchillo sólo se convierte en un instrumento de muerte cuando lo empuña un asesino; el horror de un crimen está en el acto de matar, no en el objeto empleado. Tanto valdría que, en vez de un cuchillo, se empleara un crucifijo: seguirá siendo un crimen. Una última observación: la descalificación ideológica de una obra suele funcionar como una especie de preservativo que nos aísla del contacto con artistas que no piensan como nosotros. Pero si no podemos hacer que nuestras ideas dialoguen (o polemicen violentamente) con los postulados de una obra de arte ¿son en verdad ideas?

¿Qué las diferencia de simples prejuicios?

 

NOTAS

(1) Si alguien desea profundizar en el tema, recomiendo esta nota del filósofo y escritor argentino José Pablo Feinmann.

(2) Es interesante verificar cómo cambia el tratamiento de los soldados de Star Wars III a Star Wars IV (aunque la III es posterior a la IV en casi 30 años ¡Cosas de Lucas!). Cuando los soldados aún pertenecen a la República, son extremadamente eficientes; cuando ya son parte del Imperio, son tan torpes que caen por decenas ante un puñado de rebeldes.

(3) A nadie se le ocurre descalificar a Shakespeare por las libertades que se tomó con la historia al escribir Ricardo III, o a Serguei Eisenstein al filmar El acorazado Potemkin. El filme Casablanca es casi risible, visto desde el prisma de la verdad histórica: jamás hubo miembros de las SS en el Marruecos francés, nunca hubo nada parecido a las famosas "cartas de tránsito", nunca hubo algo así como un jefe supremo de toda la Resistencia europea, los norteamericanos no ocuparon Berlín en 1918 (como dice Renault en un momento). Etcétera.

(4) Tipo de cine que muestra (o simula mostrar) escenas reales de sadismo, tortura y asesinato.

 

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