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No hay ninguna razón especial para que escribamos sobre estos cinco discos: "Almendra" de Almendra, "Manal" de Manal, "Miguel Abuelo et Nada" de Miguel Abuelo et Nada, "Kamikaze" de Luis Alberto Spinetta y "Time, fate, love" de Luca Prodan. Fuera de su indudable calidad y su condición de viejas obras surgidas de este rincón del planeta, en su elección no hay un hilo conductor, ni una idea que demostrar, sugerir o rebatir: teníamos ganas de escribir sobre ellos, y ya. Esta página siempre se trató de eso, después de todo.
El primer y epónimo disco de Almendra apareció en las bateas argentinas a mediados de enero de 1970, y ya nada fue igual en la historia de la música de este país. Los Almendra eran cuatro chicos de barrio que apenas llegaban a los veinte años (!) y que no sólo eran capaces de escuchar a los Beatles y a las otras grandes bandas rockeras anglosajonas, al Modern Jazz Quartet, a Piazzolla y Ferrer, a Mercedes Sosa, a Waldo de los Ríos, leer a Cortázar e ir al cine a deslumbrarse con "2001" ¡sino que, cuando hacían su propia música, lograban procesar todas esas variadas influencias y darle un color propio! ¡Y esa tapa del primer disco, la del payaso, la lágrima y la sopapa! ¡Es demasiado! ¡Si unos chicos de veinte años pueden absorber semejante cantidad y calidad de influencias, entonces no hay excusa alguna para hacer discos pedorros! ¡Y uno que, a los veinte años, se cree que todavía tiene tiempo para empezar a escribir, tocar, pintar o filmar!
La inocencia y la frescura de la adolescencia brotan en canciones superlativas como "Muchacha (ojos de papel)" o "Plegaria para un niño dormido". La pulsión rockera, en "Ana no duerme", que a su vez expone una de las claves líricas del disco (y del rock argentino de los primeros años) que vuelve a aparecer en "Laura va" o "A estos hombres tristes" (cuya letra transcribimos abajo): como bien dice el tema de Edelmiro Molinari, "Color humano", "somos seres humanos / sin saber lo que es hoy / un ser humano". Había un paradigma cultural que estaba cambiando, una idea de la vida y la sociedad que lucía perimida, deshumanizadora, sin alma, y había una necesidad de apostar a otra forma de vida. (En otro artículo hablamos del modo en el que se procesó este cambio, y cómo los resultados de ese proceso son difíciles de juzgar).
Quizá el costado menos atractivo del disco sean los arreglos, que nos recuerdan a cada compás el año de composición o grabación de estas grandes canciones. ¿Cómo sonaría Almendra en 2009... o 2010? Tal vez esta pregunta sea menos retórica de lo que parece, según noticias de hoy mismo: por lo pronto, hay una maravillosa versión de "Fermín" grabada por Daniel Melingo no hace tanto, en 1995, que recomendamos fervientemente.
Si "Almendra" rebosa de la frescura de la adolescencia, "Manal”, la obra debut del trío de Javier Martínez, Alejandro Medina y Claudio Gabis, editada ese mismo verano de 1970, llama la atención por su extraordinaria madurez compositiva e interpretativa. Tal vez por eso, y porque su forma de encarar el blues con líricas urbanas es casi atemporal, el primer disco de Manal pareciera haber envejecido mejor que el otro gran disco fundacional de ese año.
La ductilidad y el caudal de voz de Medina son deslumbrantes, pero Martínez también es un gran cantante; el baterista es uno de los grandes compositores de toda la historia del rock argentino, pero los tres componían; Gabis suena a veces cerca de conocer todos los secretos de su instrumento, pero los tres son grandes instrumentistas. Como puede suponerse, la química interna de este poderoso trío fue siempre inestable, pero en su debut parecía funcionar a la perfección: una bomba a punto de hacer saltar por los aires la rígida moralina de la dictadura de Onganía y sus secuaces preconciliares.
La vertiente urbana y filotanguera de Manal es la más frecuentemente ensalzada (¡cómo no alabar temas como "Avenida Rivadavia" o el deslumbrante "Avellaneda blues!) pero a menudo se soslaya su exposición del desasosiego existencial juvenil, algo que en el rock en español de esa época sólo había intentado Moris ("De nada sirve", "Ayer nomás"). Letras como las de "Una casa con diez pinos", "Informe de un día", "Todo el día me pregunto" o el hit "Jugo de tomate" dejaban traslucir un enorme quiebre generacional, similar al que habían descubierto unos pocos años antes sus pares norteamericanos o europeos. Una de las traducciones políticas de ese cisma cultural haría temblar los cimientos de la Argentina unos pocos meses después de la edición de esta placa.
Ni la violenta y oscurantista Argentina de comienzos de los '70 ni la idea de hacerse una "carrera" en el rock atraían demasiado a un espíritu libre como Miguel Abuelo. La primera formación de Los Abuelos de la Nada ya se había disuelto (la que contara, en diferentes momentos, con guitarristas como Claudio Gabis y ¡Pappo!) y había abortado el intento de Huevo (¡con Spinetta!), y entonces Miguel se fue a recorrer Europa en 1971, sin rumbo cierto ni plan fijado: París, Madrid, Barcelona, Ibiza, Londres (donde nació su hijo en 1972). En ese año conoció (y deslumbró) al productor israelí Moshe Naim, quien decidió grabar inmediatamente un disco de alguien a quien consideraba un artista con mayúsculas. Para servirle de apoyo, Miguel reunió a un grupo de músicos sudamericanos "anclaos en París" (entre quienes estaba Daniel Sbarra, futuro guitarrista de Virus) pero la banda sonaba tan bien que Miguel resignó su nombre en pos de un proyecto colectivo, al que llamó Nada, más allá del nombre empleado en la edición francesa del disco, "Miguel Abuelo et Nada". Proyecto que quedó en... la nada, porque hubo problemas con la masterización del disco, con las actuaciones en vivo, con la relación entre Miguel y Daniel y, finalmente, con la edición de la placa, que debería haber salido en 1973 y lo hizo recién en 1975. Los propietarios de los derechos jamás se pusieron de acuerdo con quienes pretendieron editar el disco en Argentina... y es así que "Miguel Abuelo et Nada" no tuvo jamás edición local...
Una verdadera lástima, por varias razones. Porque la banda intenta una problemática fusión del folk psicodélico que aportaba Miguel y de los arreglos recargados a la Deep Purple que le gustaban a Daniel ¡y a menudo les sale bien! Por el incomparable desempeño vocal de Miguel, que en este disco demuestra no tener igual en el rock argentino. Por "El muelle", un atrapante y complejo Lovecraft sonoro ("el muelle está desierto / y un hombre viene / Se acerca a mí / 'Toma lo que hay en mi mano / pero no mires mi forma externa'"). Por la fuerza rockera y el vuelo poético de "Tirando piedras al río". Por la sencillez bucólica de "El largo día de vivir". Por "Señor carnicero", original tema de Sbarra en el que una vaca sabia y casi zen se burla de su masacrador. Por versos como los de "Recala sabido forastero" u "Octavo sendero" ("quizás estas sentado hoy / al borde del suelo / Súbete a él / y comienza a caminar / Ya labrando ojos y pies / camina hasta ese final / Y cuando a ese final llegues / recién allí comenzarás"). Por la desgarrada "Estoy aquí sentado, parado y acostado (Pipo la serpiente)", cuya letra completa (con agregado de Miguel a la letra original, onda "God" de John Lennon, incluido) transcribimos abajo.
En
esta página siempre sospechamos que "Kamikaze”, de Luis
Alberto Spinetta,
Spinetta grabó este disco en los estudios Del Cielito, en febrero de 1982, tomándose un respiro en su trabajo con la banda Spinetta Jade. Lo hizo prácticamente solo, con mínimo aporte de otros músicos: tan solo Diego Rapoport en piano, Eduardo Martí en guitarra (en el instrumental "Almendra") y David Lebón en percusión. (Es el año de los discos solistas grabados prácticamente en solitario: es contemporáneo de "Pubis angelical / Yendo de la cama al living" de Charly García, de "El tiempo es veloz" del propio Lebón y de la placa debut de Pedro Aznar). Fue editado en abril del '82, en pleno delirio malvinense: su título pasó por sutil crítica a la aventura bélica, aunque en realidad estaba elegido de antemano.
"Kamikaze" reúne once joyas escritas por Spinetta en diferentes momentos de su vida, desde su adolescencia ("Barro tal vez" es de 1965) hasta sus veintilargos ("Y tu amor es una vieja medalla" es de 1978). En la mayoría de ellas, la ejecución está exclusivamente a cargo de Luis, en voz y guitarras, más puntuales intervenciones de los músicos invitados y algunos pocos efectos de sonido en plan folk psicodélico. Con cada escucha de la citada zamba "Barro tal vez" y la balada de piano "Quedándote o yéndote" (cuya letra transcribimos abajo) asistimos al milagro de la ruptura del orden por vía del arte, al atisbo no menos milagroso de la eternidad en este mundo: esas gemas detienen el tiempo, suspenden la realidad, impiden hacer otra cosa que dejarse llevar por su magia y por ese misterio inexpresable en palabras que es la música. (Está claro, con estas palabras, que quien escribe no es objetivo en este tema: nunca pretendió serlo, tampoco, y lo agradece).
La estructura modular de "La aventura de la abeja reina" recuerda a la de composiciones como "Cristálida" o "Cantata de puentes amarillos"; "Casas marcadas" (con su repetida referencia a una de las palabras fetiche de Spinetta, "luz") remite a las variadas lecturas del autor, en este caso, Carlos Castaneda; la primera parte de "Águila de trueno", a la historia de Túpac Amaru. "Kamikaze", "¡Ah! Basta de pensar!", "Ella también"... Spinetta, armado solamente con su guitarra y su voz, se atrinchera en el amor y la sensibilidad y nos anuncia que en la diaria guerra de vivir nos va la vida. ¿Cómo no seguirlo tras convencernos así?
“Time, fate, love” fue editado en 1996, pero es un contemporáneo de "Kamikaze": fue grabado por Luca Prodan durante su legendaria estadía en las sierras de Córdoba, a fines de 1981, recién superada su desintoxicación de heroína. También fue grabado con instrumentación mínima y escasa participación de otros músicos (Germán Daffunchio se hace cargo de las partes de guitarra eléctrica) y, extrañamente para aquellos que sólo conocen la etapa Sumo de la carrera de Prodan, también se le parece en el enfoque intimista: "Time..." no es la obra de un punkie desatado y nihilista, sino la de un cantautor melancólico en la senda de brumosos trovadores británicos como Nick Drake o John Martyn. La placa incluye tres temas que luego serían parte del repertorio de Sumo ("Regtest","TV caliente", "Divididos por la felicidad" - aquí llamada "Divided by joy") que, en comparación con las posteriores versiones de la banda, suenan a demos y hacen añorar su potencia. Pero el alma del disco está en los otros temas: en las dulcísimas "End of august" y "Brighton past", en la canción que le da nombre a la obra y, sobre todo, en la conmovedora elegía "Like London", de la cual transcribimos su letra más abajo, traducida al español.
Un año después se editó un segundo disco, "Perdedores hermosos", con grabaciones realizadas ya en Buenos Aires entre 1982 y 1983 y con participación de los músicos de Sumo. el mood es el mismo y, si uno escucha ambos discos uno a continuación del otro, tal vez ya crea percibir en éste un dejo de monotonía. Hay varios covers en versiones con ligeros cambios con respecto a las originales ("Beautiful losers" de Leonard Cohen, "Soul love" de David Bowie", "Solid air" del citado Martyn, la extraordinaria "Billy" de Lou Reed) y, para destacar, la versión de Luca de su breve estadía en una cárcel italiana por posesión de drogas ("Red lights").
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