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BANDERITAS Y GLOBOS

Hay algunas tentaciones que conviene resistir si se quiere escribir una especie de corolario, elegía, ditirambo o epitafio de la era K. Una es la de querer cifrar doce cargadísimos años en un solo hecho simbólico, fuere el que fuere: rendirse a esa tentación equivale a renunciar a pensar de antemano. La otra tentación a la que hay que resistirse es la de darle importancia suprema a las intenciones de Néstor y Cristina, como si valieran algo, y como si alguno de nosotros pudiera dar prueba fehaciente de cuáles eran. Sus intenciones son la bala de plata del kirchnerista que pretende disculpar un error o un fracaso, o del antikirchnerista que pretende desmerecer un logro.

Hubo dos características del kirchnerismo que fueron obvias desde el principio. Una era su calidad de emprendimiento conyugal, su patente voluntad de mesa chica, que tienen todo que ver con el hecho de que, muerto Néstor, Cristina se quedara sin sucesor cabal al finalizar su segundo gobierno en diciembre de 2015, para peor, cuando se percibía el cansancio del votante con caras que llevaban más de una década apareciendo en las pantallas todos los días. La otra fue su renuncia militante a poner a la autoridad presidencial por encima de conflicto alguno: más bien siempre la pusieron al servicio de la disputa del momento. (No sé si era una novedad: el único presidente al que se le podía creer cuando decía ser el presidente de todos los argentinos, aún de quienes no lo votaron, fue Raúl Alfonsín). Supongo que esa actitud confrontativa era inevitable si el plan de gobierno preveía recuperar para el poder político todos los grados de libertad perdidos desde la muerte de Juan Domingo Perón. Pero creo que también fue un factor que terminó agotando a buena parte de la sociedad, que siempre estuvo más interesada en el asado del domingo o en la marcha del torneo de fútbol que en discutir la última iniquidad de Clarín.

 

El kirchnerismo siempre tuvo más claro el trazo grueso que la pincelada fina. Siempre fue mucho mejor en la definición del rumbo que en el trabajo de todos los días; siempre se interesó más por postular una épica para los libros de Historia que por comprometerse en la aburrida tarea de pulir los detalles. Sólo que esos meros detalles eran, por ejemplo, la calidad de la atención en los hospitales o de la enseñanza en las escuelas públicas, la creación de fuerzas de seguridad que no se parecieran a mafias uniformadas, las dificultades para conseguir los repuestos más elementales si no son fabricados en el país, la impunidad de las vejaciones a las que las empresas de telefonía celular someten a sus clientes, la sensación de indefensión que produce en el lego tener lidiar con las abstrusas normas de la AFIP. Cualquier persona con un mínimo interés en los asuntos públicos podía comprender lo importante que era para nuestro futuro no ceder a la extorsión de los fondos buitre: pero no cualquier persona estaba en situación de valorarlo cuando la preocupaba la dificultad para conseguir cierto medicamente importado, o la muy cierta posibilidad de perder todos sus bienes apenas cayera una lluvia fuerte. En esa tensión nace la tragedia de terminar cediendo la presidencia a una fuerza política comprometida a demoler los aciertos del kirchnerismo con el pretexto de corregir sus fallas.

Hay algunos errores que cuesta entender. El desendeudamiento es un objetivo muy válido, lo mismo que el mantenimiento de un tipo de cambio competitivo y de reservas adecuadas a las necesidades de la economía. Pero esos tres objetivos no son fáciles de armonizar, y procurar el primero de ellos al extremo de demoler los otros dos es suicida. ¿Es lógico subsidiar el costo de la energía hasta el punto de comprometer su suministro? ¿Cómo puede ser que el kirchnerismo nunca haya terminado de entender nada menos que la actividad agropecuaria, la principal fuente de divisas del país y una de las actividades económicas fundamentales? Errores fatales, sobre todo en un marco en el cual las corporaciones de prensa más poderosas eran enemigas juradas del gobierno, y no temían ni a recurrir a mentiras inverosímiles como la del comando iraní-venezolano con entrenamiento en Cuba que mató al fiscal Alberto Nisman, que más que propias de Goebbels lo eran de Capusotto. Imagínense si se les ponían a disposición errores verdaderos, para peor defendidos con entusiasmo por voceros K, que así le hacían sentir al votante que el kirchnerismo les tomaba el pelo.

Otros errores me incomodan porque ni siquiera sé si son errores. La irritación con 678 o las cadenas nacionales me parece una frivolidad, como creo que notarán más temprano que tarde los que se encuentren pronto sin cadenas nacionales y sin 678 pero sin un peso en el bolsillo. ¿Tan pero tan molestos eran? (Admito que bien podría ser que yo fui kirchnerista hasta el fin porque nunca me sometí a la contemplación de 678 ni de cadena nacional alguna). Admito que, si a muchas personas les molestaban y eso le costó votos al kirchnerismo, entonces eran errores. Pero, la verdad ¿en serio les jodía tanto Barone, o estaban cayendo en la más sincera de las pasiones argentinas, la sobreactuación? ¿Entregarle el manejo de la política petrolera a un antiguo directivo de Shell, o la negociación de la deuda externa a gente que trabajó toda su vida para nuestros acreedores, porque les molestaba el tono de directora de escuela de Cristina en las cadenas nacionales? ¿Nunca se les ocurrió cambiar de canal? Sí, es cierto, a menudo parecía haber soberbia en las voces demasiado suficientes de Aníbal o Cristina. Ahora ¿lo oyeron hablar a Macri? Cierto, doce años seguidos de kirchnerismo podrían haber terminado por cansarnos. ¿Pero eso es motivo suficiente para confiarle un cargo público a Melconián o Prat Gay? Crezcan, chicos. Crezcan.

Esto por el pasado. ¿Y el futuro? Puede que en un tiempo nos sorprenda la frivolidad y la decisión con que nos lanzamos a un cambio que a nadie le importó saber en qué consistía. (Porque miren que el PRO avisó lo que se venía, chicos. Si no lo quisieron ver atrás de los globos amarillos y los eslóganes de juniors de Mad Men, no culpen a Macri). Queda la duda de si el sector más racional y político del PRO logrará imponerse a los gurkas del cavallismo recalentado en el microondas y frenar decisiones disparatadas, como salir del cepo instantáneamente o desatar una devaluación feroz que dispare una ola inflacionaria. De hecho, cada vez que puede, Federico Pinedo tiene palabras de elogio para la política económica de Néstor Kirchner. Un liberalismo moderado por un sindicalismo fuerte y la falta de una mayoría legislativa clara tal vez no sea lo peor que le puede pasar al país, y hasta es muy probable que sea exitoso. ¿Pero aceptará el lobo del macrismo gobernar dos años disfrazado de oveja, hasta las elecciones legislativas de 2017? ¿O es simplemente el juego del policía bueno y el policía malo? No tengo una respuesta.

Supongamos que vencen los gurkas como Melconián. ¿Qué sucederá con los que votaron a Macri por bronca contra el kirchnerismo una vez que pasen los meses y quede a la vista la naturaleza de su gobierno? ¿Puede esa bronca volvérsele en contra como un búmeran? ¿Qué pasará con los que abominaban de Lázaro Báez cuando se percaten de quién es Nicolás Caputo? No lo sabemos. Uno de los puntos fuertes del kirchnerismo, y a partir de 2012 tal vez su único punto fuerte, fue que ningún gobierno del pasado reciente soportaba una comparación directa. Cierto que si el patrón de medida es el gobierno de Alfonsín, o los de Menem, o el de Chupete De La Rúa, o el de Duhalde, es difícil no salir beneficiado (1). Pero ¿qué pasará cuando se empiece a comparar al gobierno macrista con estos últimos doce años?

Un tiro en el pie del kirchnerismo que seguramente jugará a favor del macrismo: nadie sabe con certeza cuántos argentinos son pobres o indigentes hoy, gracias a la destrucción del INDEC. Un regalo a los gurkas: pueden aumentar la pobreza y decir que eso no sucedió, amparándose en que las cifras oficiales desde 2007 hasta 2015 son imposibles de creer.

¿Qué será del peronismo fuera del poder y con un macrismo que tal vez desate un ajuste feroz? Tampoco es que el kirchnerismo volverá automáticamente en 2017, con Aníbal Fernández, Boudou, De Vido, Timerman y Jaime convertidos en libertadores. De hecho, Cristina, Scioli y hasta yo-me-salvo-solo Randazzo tienen mucho que responder ante el militante K, conmovedoramente activo en las últimas semanas de campaña, y yo preferiría ver como líder de la oposición a otro político, un gobernador o intendente, o algún legislador que se destaque especialmente en las trincheras del Congreso. ¿Massa? Le tiene que ir realmente mal al justicialismo para que alguien vea en él a un justicialista y no a un antiguo ucedeísta que se fundó para sí mismo un partido provincial bonaerense con más de un punto de contacto con Fuerza Republicana de Tucumán. ¿La Cámpora? Es una organización grande, en la cual hay de todo, desde intendentes electos y funcionarios probos y capaces hasta meros acomodados y aprendices de comisarios políticos, y el tiempo se encargará de cernir la cosecha. Por lo pronto, con la confección de las listas, Máximo Kirchner hizo casi tanto como Durán Barba por el triunfo del PRO.

¿La Unión Cívica Radical? No merece más líneas que las que merecería una agrupación que sirve de mera comparsa al macrismo y cuyo poder de decisión en la alianza es nulo. Pagarán todos los costos y no se podrán adjudicar ninguno de los aciertos.

Y en estos cuatro años que vienen estaremos también nosotros. Que ya sobrevivimos a las derrotas en serie de 1987-2003. Pero entonces teníamos quince, veinte, veinticinco años menos. Y todavía estábamos frescos para discusiones a las que nos lanzábamos por primera vez, pensando que con ganarlas una vez era suficiente. Repitamos aunque nadie lo quiera entender, porque nadie lee, nadie escucha y todo se olvida: ninguna conquista es para siempre. Tarde o temprano, toda conquista será puesta en entredicho, discutida y abolida, si no somos capaces de defenderla.

 

 

(1) Voy a cometer una herejía, pero el que avisa no es traidor. Se suele comparar desfavorablemente a los gobiernos kirchneristas con los de Perón, en especial en ámbitos como vivienda, asistencia social, salud pública o educación, donde hay resultados que, sesenta años después, son difíciles de igualar. Pero hay varios aspectos en los cuales los gobiernos kirchneristas fueron mucho mejores que los de 1946 a 1955 y 1973-74: libertad de prensa, libertad de expresión, respeto por las instituciones de la república, protección a la libertad de elección y de acción en la esfera íntima. Y además, terminaron su ciclo entregando el poder pacíficamente, sin haber contribuido a crear las condiciones para una guerra civil intermitente como la que aquejó al país entre 1955 y 1983. Porque sin los increíbles, absurdos, intolerables errores y horrores a repetición que cometió Perón entre 1954 y 1955, de los cuales parece que no se puede hablar dentro del universo nac&pop, la historia argentina hubiera sido muy diferente. Y mejor.

 

 

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